Tipos de narrador.
Este
género, el narrativo relata acciones, no
como el teatro, por lo que requiere un narrador, si este participa en la
historia, se le conoce como un narrador primera persona o homodiégetico y si
esta fuera de ella, se le llama
narrador tercera persona ó heterodiegético
y pueden ser de los tipos:
Narrador Omnisciente: El
narrador de los textos e “había una
vez…”. Es un narrador que nunca se muestra, no habla de sí mismo, no interviene
en lo absoluto en la acción central, se limita a contarlo. Lo sabe todo, conoce
los pensamientos y acciones de todos los personajes.
Narrador Protagonista: Es
lo contrario al omnisciente. Este está dentro de la historia y es el centro de
las acciones, está implicado en los conflictos, en el conflicto central del relato, es quien establece una lucha de
fuerzas con el antagonista, pero solo puede hacer una narración subjetiva de la
historia.
Narrador personaje: Esta
en la historia pero no es el personajes central al que le ocurren los hechos,
solo está involucrado en ellos, por lo que su presencia modifica curso del
conflicto central. Conoce los detalles del asunto y no lo ve con objetividad,
sino no con sus emociones o con sus intereses, que ponen en juego la situación.
Puede ser u amigo, familiar.
Narrador testigo: Es
testigo de los hechos de primera mano, pero no tienen ningún vínculo directo
con el conflicto central o con el desarrollo de las acciones de la historia. Se
incluye en la historia solo como un observador que presencia los hechos.
Ejercicio.
1. Leer los siguientes fragmentos de obras literarias.
2. Mencionar que tipo de narrador es en cada fragmento y mencionar por qué.
DRÁCULA
de Bram Stoker (fragmento)
“La
boca estaba más roja que nunca; sobre sus labios había gotas de sangre fresca
que caían en hilillos desde las esquinas de su boca y corrían sobre su barbilla
y su cuello. Hasta sus ojos, profundos y centellantes, parecían estar hundidos
en medio de la carne hinchada, pues los párpados y las bolsas debajo de ellos
estaban abotagados. Parecía como si la horrorosa criatura simplemente estuviese
saciada con sangre. Yacía como una horripilante sanguijuela, exhausta por el hartazgo.
Temblé al inclinarme para tocarlo, y cada sentido en mí se rebeló al contacto;
pero tenía que hurgar en sus bolsillos, o estaba perdido. La noche siguiente
podía ver mi propio cuerpo servir de banquete de una manera similar para
aquellas horrorosas tres. Caí sobre el cuerpo, pero no pude encontrar señales
de la llave. Entonces me detuve y miré al conde. Había una sonrisa burlona en
su rostro hinchado que pareció volverme loco. Aquél era el ser al que yo estaba
ayudando a trasladarse a Londres, donde, quizá, en los siglos venideros podría
saciar su sed de sangre entre sus prolíficos millones, y crear un nuevo y
siempre más amplio círculo de semidemonios para que se cebaran entre los
indefensos. El mero hecho de pensar aquello me volvía loco. Sentí un terrible
deseo de salvar al mundo de semejante monstruo.”
Rayuela, de Julio Cortáza (fragmento).
Toco
tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera
de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar
los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo,
la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas,
con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y
que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que
sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.
Me
miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope,
nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre
sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se
encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la
lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene
con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu
pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como
si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de
fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un
breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es
bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento
temblar contra mí como una luna en el agua.
Amor
– Isabel Allende
¿Qué sería de ellos
(refiriéndose a Romeo y Julieta) si en vez de morir se hubieran casado? Romeo
andaría vendiendo sonetos en las calles de Verona; Julieta, gorda y aburrida,
estaría criando media docena de chiquillos y en el célebre balcón habría ropa colgada
secándose al sol. Los enemigos de la pareja ya no serían los Capuletos y los
Montescos, sino la rutina de la existencia. Pero tal vez esa pareja, con
determinación y buena suerte, lograron preservar el encantamiento que los
trastornó en la adolescencia y envejecieron juntos, amándose. Esa sería una
historia original y maravillosa, pero a Shakespeare no le habría inspirado
porque le falta sangre, veneno, daga y maldad.
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