Aunque fuera solamente entre tres y cinco veces durante los 4 meses del estudio, los participantes mostraron mejor resiliencia a las enfermedades, disfrutaron de menor presión arterial y tuvieron mejor funcionamiento del hígado que aquellos que durante el mismo período no escribieron nada.
Incluso parece que la escritura puede ayudar al proceso de sanación de heridas físicas, no sólo mentales o emocionales. Un estudio de 2013 mostró que 49 adultos monitoreados después de sufrir biopsias se recuperaron mucho mejor si se les pedía escribir 20 minutos, 3 días seguidos, 2 semanas antes de la intervención quirúrgica. 11 días después, 76% del grupo que escribió estaba completamente recuperado, mientras 58% de un grupo de control (p. ej., que no escribieron) no se recuperaron tan rápido. La conclusión del estudio fue que escribir ayudaba a los participantes a crear sentido a partir de los eventos traumáticos, disminuyendo los efectos negativos del estrés sobre la salud.
Según James W. Pennebaker, uno de los investigadores de la Universidad de Texas que más abogan por la escritura como terapéutica, “cuando a la gente se le da la oportunidad de escribir sobre sus vaivenes emocionales, a menudo experimentan mejorías de salud. Van menos al médico, presentan cambios en la función inmune”.
¿Por qué? Pennebaker piensa que el acto de escribir permite que la gente tome distancia de sí misma y evalúe mejor su vida. En lugar de obsesionarse con un evento (trauma), pueden encontrar en sí mismos vías hacia el futuro. Al hacerlo, baja el estrés y mejora la salud. Incluso bloguear informalmente puede ayudar a elevar los niveles de dopamina en una escala similar a correr o escuchar música. En otras palabras, aunque los escritores parezcan individuos atormentados o atribulados, la escritura establece una mínima barrera ficticia entre el yo y el mundo en la cual la experiencia puede alcanzar su correcta proporción.
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