LA LEYENDA DE LA RODILLA DEL
DIABLO (URUAPAN MICH.)
Cuenta la leyenda que en el lugar
donde actualmente se encuentra el manantial donde nace el río cupatitzio, mismo
que alimentaba cientos de acequias (riachuelos) y bañaba majestuosamente esta
porción de lo que en ese entonces se llamaba urhuapani, (hoy uruapan) este
manantial servía como irrigador de cientos de sembradíos de frutas y legumbres,
hasta flores como alcatraces, geranios, floripondios y camelinas.
Se dice que un día, del
nacimiento de este rio, dejo de brotar agua, secando todo el caudal, se dice
que así duro mucho tiempo, al ver que se secaban las riberas y plantas, al
igual que los sembradíos y quedarse sin agua para beber, las personas acudieron
con el fundador del pueblo fray juan de san miguel, rogando hicieran una
precesión con la virgen por todo el pueblo con la participación de los barrios
de san miguel, san juan bautista, la trinidad, santo santiago, la magdalena,
san josé y san francisco .
Llegando así a donde estaba el
nacimiento del río cupatitzio, después de rezos y plegarias el fraile arrojo
agua bendita hacia la oquedad cayendo estas a las piedras calientes, después de
un fuerte olor a azufre y un fuerte
temblor, del fondo salió el demonio apresurado, que al ver al fraile, y a la
figura de la virgen este tropezó, dejando impregnada en la roca la figura de su
rodilla, y así posteriormente volvieron a brotar las cristalinas aguas hasta el
día de hoy.
El Callejón del Diablo
Hasta hace algunos años existía,
a corta distancia de lo que hoy es el centro de la Ciudad de México, una
estrecha callejuela conocida con el nombre del Callejón del Diablo.
Empezaba en el descampado de la
calle de San Martín y desembocaba en la calle de la Zanja.
Aquella callejuela de tenebroso
nombre, estaba formada por un pasadizo sombrío, bordeado de árboles frondosos,
que además atravesaba un paraje solitario. Dentro de ese paraje, se encontraba
una casucha humilde y de nulas comodidades, habitada por un enfermo de
tuberculosis, muy común en aquellos años. Como bien se puede comprender, ya sea
por el enfermo, por el nombre del callejón o quizá por la oscuridad, pocas
personas se aventuraban a tomar el callejón de día y mucho menos de noche, ya
que después del ocaso reinaba una lúgubre oscuridad.
Los habitantes además, contaban que a las 12
de la noche, en el mencionado callejón se aparecía el Diablo, situación que
entre los jóvenes resultaba toda una odisea digna de enfrentarse.
En cierta ocasión, un hombre bravío y haciendo
gala de su valentía, ignoró todos los avisos que de el callejón se decían y tras
una amena reunión con sus amigos, los reto a atravesar por el pasaje.
Sólo se internó en dicho callejón
y, hallándose casi a mitad del camino, miró una figura que se apoyaba en el
tronco de uno de los árboles. Tuvo un ligero sobresalto, pero inmediatamente se
recuperó y se dijo para sus adentros: -¿Con que forajidos a mí, eh? ¡Ahora
verás!-. Y empuñando las manos, se dirigió resueltamente hacia el sujeto.
Ya se encontraba a unos metros
del individuo cuando, de pronto, se iluminó la escena y surgió ante sus ojos un
ser horrendo que reía malignamente. El joven aventurero sintió que la tierra se
hundía bajo sus plantas, pero, animado por su instinto de conservación, en
lugar de desmayarse salió despavorido, logrando así evadirse de una segura
desgracia.
La noticia de que en el callejón
se aparecía el demonio, cundió rápidamente entre la población y, a consecuencia
del incidente ocurrido, se divulgó rápidamente a otras personas que ya habían
sido asustadas por el monstruoso espectro. Si el callejón era escasamente
transitado por las noches, al comprobarse que el demonio se había establecido
en él, nadie osaba ya, ni por equivocación o bravura, usar ese camino después
de ocultarse el sol.
Pronto las autoridades decidieron
tomar cartas en el asunto y consultaron con una persona experta en estos
menesteres de magia y apariciones diabólicas.
Rápidamente el perito aconsejó que para evitar
que el diablo comenzara a incursionar fuera de su refugio y se volcara sobre la
comunidad, se depositaran diariamente bajo un árbol cercano algunas ofrendas en
joyas y monedas de oro. Aunque al principio nadie quería ser el primero en
entrar al callejón, pronto en grupos y a plena luz del día, se aventuraron a
dejar las ofrendas tal cual se había consignado.
Lo curioso del caso es que los
supersticiosos que todas las mañanas iban a dejar las nuevas ofrendas,
observaban que los artículos del día anterior se habían esfumado, lo que les
afirmaba en su convicción de que el diablo se complacía con los regalos que el
pueblo le brindaba.
Pronto el misterio llegó a oídos de dos
fornidos pescadores que llegaron a la ciudad de visita. Marineros que después
de sobrevivir a feroces tormentas, peligrosas travesías e infinidad de leyendas
del mar, encontraban en ésta historia del callejón, una infantil odisea. -¿Qué
te parece lo del diablo en la calle de San Martín?- , le dijo el marinero más
experimentado a su compañero y prosiguió, -Me parece que hay gato encerrado, y
que el diablo ése tiene más costumbres de ratero, que de otra cosa; y tengo para
mí que, como buenos hijos de Dios, si hay algo que no debemos permitir es el
robo a sus ovejas, aunque el ladrón sea el mismo Belcebú.-
Resueltos a impedir que la
leyenda siguiera creciendo y evitar que el desfalco continuara, decidieron
poner fin a lo que ellos consideraban más que un mito.
Esa misma noche, al filo de las
doce, ambas siluetas penetraron valientemente en el pavoroso callejón.
Y, como es de rigor, el presunto
diablo esperó pacientemente en su árbol para infundir el terror del más allá a
quien se arriesgara a ingresar en aquellos dominios.
Listo estaba para sorprender a
las dos siluetas cuando súbitamente, a la luz de una antorcha que aparecía de
la nada, vio emerger la imagen peluda, armada de negros cuernos y larga cola,
de algo que parecía el auténtico Satanás.
No se reponía todavía de la
sorpresa cuando experimentó en las posaderas la mordedura de un fuego que le
quemaba las entrañas, y que no era más que un tizón al rojo vivo que
diestramente acababa de aplicarle en esa región uno de los marineros que lo
atacaba por detrás.
Preso de un pánico
indescriptible, el supuesto demonio sólo atinó a decir -¡Jesús, el diablo
quiere llevarme!- y profiriendo tremendos gritos de dolor, emprendió velocísima
carrera.
Los dos marineros soltaron tremenda
carcajada mientras se quitaban los disfraces que habían confeccionado
especialmente para esa ocasión. A la noche siguiente, los pescadores se
situaron en el callejón nuevamente para ver si algún infortunado “ser maligno”
regresaba y aunque montaron guardia hasta el alba, nada apareció en ese lugar
nuevamente.
Días después se supo de afamado
personaje de la localidad que se debatía entre la vida y la muerte a causa de
una extraña y repentina enfermedad que, en forma de llagas, se le manifestó en
los glúteos, aparentemente producidas por quemaduras profundas.
Tiempo después el individuo sanó,
y según opinión del pueblo, ese “falso demonio” se arrepintió de sus culpas y
donó a una institución para pobres un lote de joyas, entre las cuales muchos
reconocieron algunas que ofrecieron al diablo junto al árbol tiempo atrás.
Hoy solamente queda como recuerdo
de los sucesos acontecidos el sugestivo nombre de Callejón del Diablo con que
se designó durante largos años al siniestro recoveco antes de que, con el
avance de la urbanización, desapareciera definitivamente de la red de vías
pintorescas del Centro Histórico de la Ciudad de México
Responde las preguntas para ambas
lecturas.
¿Cuál es la referencia geográfica
en la que se desarrolla cada leyenda?
¿Expresa valores y formas de vida la comunidad, y cuáles son?
¿Cuáles son los hechos
sobrenaturales o inverosímiles que se lee en el texto?
¿Qué aspectos religiosos o
ideológicos encontraste en la lectura?
¿La lectura es una leyenda? ¿Por
qué?
Elabora un Crucigrama con palagras claves.
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