El miedo
genera en los seres vivos una respuesta fisiológica y psicológica tal que es
capaz de modificar su conducta. Con el miedo se prepara al organismo para
enfrentar o huir según la situación, según la evaluación que hacemos del
peligro, según nuestra propia condición. Esta decisión puede incluso definir el
curso de la vida o de la muerte.
En todos los
ámbitos y en todas las culturas del mundo el miedo ha tenido un papel
fundamental en la consolidación de las culturas. En la religión, por ejemplo,
se solía infundir miedo a través de figuras supremas que podían acabar con la
vida de los individuos. En el Japón medieval, los samuráis portaban grotescas
máscaras para provocar terror al enemigo y ganarle con facilidad.
En la Europa
medieval se crearon los mitos de criaturas sobrenaturales y nocturnas para
explicar los terribles asesinatos y cadáveres que aparecían en los bosques, la
finalidad era evitar que la gente saliera de noche. El santo oficio (cuyo
aniversario de fundación ocurrió hace dos días [4 de noviembre de 1571]) por
medio de sus cruentas prácticas se convirtió en “una de las policías más
crueles y severas de cuantas han existido”, menciona un reportaje de la revista
México desconocido. Sus métodos generaban terror en la población.
El miedo es
una respuesta natural, todos la sentimos y no es negativo padecerlo, lo
negativo es ejercerlo sobre otros. Cuando se emplea el miedo sobre terceros el
resultado siempre es manipulación, al menos al primer momento. Los mencionados
allá arriba ejercían miedo sobre otros para tener control, para manejarlos con
facilidad, para poderlos manipular.
Viktor Frankl
nos mencionaba en “El hombre en busca de sentido” que las preocupaciones se
apoderaban completamente de los sujetos. Una preocupación es “tratar” un asunto
antes de que se presente. Y, ¿por qué habríamos de ocuparnos de las cosas antes
de tiempo? La respuesta que propongo es: el miedo. Presentamos miedo de que las
cosas que ocurran nos puedan afectar, la incertidumbre de qué pueda pasar
carcome la conciencia.
Hay muchas
formas de ejercer control pero, al parecer, el miedo es la más rápida, segura y
efectiva: se disemina muy rápido y permanece mucho tiempo con “pequeñas dosis”,
no requiere de mucho esfuerzo y todos son susceptibles de sentirlo, no hay
quien se resista y no existe persona alguna que le agrade sentirlo.
Un sentimiento
natural que nos permitía sobrevivir en el pasado, ahora es manejado por
terceros para poder controlarlos. Y no hablo de las instituciones, hablo de los
individuos: absolutamente todos hemos manejado a alguna persona a través del
miedo. Amenazas tan simples como “te voy a apagar la televisión”, “ya viene el
coco”, “¿quieres que te pegue?” son manipulaciones que se hacen por medio del
miedo: “yo no quiero que me hagas “esto” y por eso te voy a obedecer”.
Para mantener
a una comunidad controlada por medio del miedo, es necesario que el factor
amenazante sea efectivo en la gran mayoría de los integrantes. Recordemos que
la familia es la base de la sociedad, si tienes atemorizados a todos los
integrantes, éstos, al interactuar con otros “contagiarán” su miedo. Es una
reacción en cadena, es algo muy rápido, y lo es mucho más porque se impactan a
muchas familias al mismo tiempo.
Cuando aparece
el miedo la persona se queda paralizada, al menos por unos instantes, y después
hace un cálculo rápido de todas las variables: evalúa el peligro, el lugar en
el que se encuentra, la fuente de la agresión, su situación física, posibles
obstáculos y posibles soluciones o finales. Todo este análisis dará como
resultado una sola respuesta: Enfrento o huyo. En este punto no hay lugar para
nuevos algoritmos, el enfrentar o huir serán respuestas definitivas que solamente
pueden cambiar por la contraria si llegan a fallar.
Imaginemos que
yo me enfrento con un asaltante, decido que no voy a dejar que me robe mis
cosas y le hago frente. Sin embargo, en la contienda el sujeto me propina
buenos golpes y/o saca una navaja de entre sus cosas. Volveré a analizar y muy
posiblemente cambie mi decisión: optaré por huir.
En el caso
contrario, imaginemos que desde el principio decidí huir pero el asaltante me
da alcance, es muy probable que para quitármelo de encima voy a tener que
enfrentar.
¿Y si no
enfrento ni huyo? No existe tal situación, no existen puntos medios, la mitad
de los hechos que ocurren en ese momento es responsabilidad tanto de la fuente
del miedo como el receptor o víctima. Si yo decido quedarme parado pero no le
enfrento, eso no evitará que el sujeto me haga algo.
¿Y si a pesar
de haber huido/enfrentado no logro asegurar mi bienestar? El miedo no asegura
el bienestar, son situaciones impredecibles. Podemos imaginarnos a grandes
rasgos cómo podría actuar el sujeto de mi ejemplo, pero jamás conoceremos los
detalles hasta que lo vivamos. Y es en los detalles donde radica el éxito o el
fracaso.
Es necesario
resaltar que todos empleamos algoritmos para poder obtener una respuesta, ya
sea de enfrentamiento o de huida, en esos momentos la cognición funciona más
rápido de lo normal y este cálculo nos lleva un par de segundos solamente.
Se menciona
que el ser humano, por naturaleza le teme a lo desconocido, sin embargo no solo
tememos lo que no conocemos, también nos atemoriza lo que ya sabemos. En muchas
ocasionas nos atemoriza mucho más aquello que conocemos que lo ignorado. Es una
especie de condicionamiento que ocurre a través de nuestra historia personal.
Si yo me destrocé el dedo índice de mi mano izquierda por utilizar un martillo,
me la pensaré dos veces antes de manipularlo, e independientemente si lo vuelvo
a hacer o no, siempre quedará ahí un pequeño temorcillo a que vuelva a suceder.
Uno de mis
docentes sufrió en carne propia el terremoto de 1985 en la ciudad de México, él
quedó atrapado con un grupo de personas en una habitación. El muro que contenía
la puerta se “colgó” e impidió que ésta abriera. Todos estaban atrapados
mientras el edificio se caía a pedazos. Desde entonces, esta persona no cierra
las puertas de los lugares concurridos en los que se presenta. ¿Cuántos de los
sobrevivientes harán lo mismo?
“Si quieres
conocer la sociedad, debes conocer a los hombres”. El miedo en las masas se
vive de manera individual, pero los actos de cada individuo están encadenados a
los actos de los que le rodean. Todos nos sentimos cómodos y seguros cuando
estamos con dentro de un grupo de personas, cuando llega el miedo nos sentimos
vulnerables, desprotegidos, visibles como blanco de tiro. ¿Qué nos puede dar
seguridad? El estar con otros aunque los demás también sufran de lo mismo.
El miedo puede
tener repercusiones muy negativas en la que unos ejercen control sobre otros,
sin embargo no todo es negro o gris. De acuerdo a la teoría del conflicto, es
necesario que la sociedad se vea envuelta en conflictos (el miedo genera
conflictos) para que esta sociedad avance y mejore. Además el miedo puede
reforzar los lazos entre los individuos fomentando la cohesión social.
El 11 de
septiembre de 2001 las torres gemelas de Nueva York fueron derribadas en un
acto terrorista. Apareció de inmediato el miedo en los habitantes de EU, pero
no solo eso. Cuando se informó que los atacantes eran presuntamente miembros de
Al-Qaeda los sentimientos de patriotismo se dispararon en los habitantes de aquella
nación.
Para bien o
para mal, el miedo ha estado ahí, independientemente de los niveles en los que
se pueda presentar que pueden ir de un simple miedo a exponer hasta el más
terrible terror por morir. Siempre genera en nosotros una respuesta: enfrento o
huyo, la experiencia personal irá encausándonos en la preferencia de elección.
Antonio
Malpica en su novela “Siete esqueletos decapitados” plantea una pregunta muy
interesante, la cual se vuelve prácticamente el móvil oculto de la novela. Esta
pregunta me la he hecho a mí y te invito a que hagas lo mismo, es sinceramente
una de las preguntas más difíciles de responder:
“¿Cuánto miedo puedes soportar?”
JJCR
PPS
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