DE AMOR Y PEDAGOGÍA
Miguel de Unamuno
Don Avito Carrascal,
personaje que ha sustituido la religión por la ciencia, cree que
puede obtener la genialidad haciendo un adecuado programa de
educación, basado en una vida austera y sin excesos. Decide Avito
Carrascal que debe casarse con una dólico-rubia, Leoncia, pero
cuando va a declararle su amor (a modo de informe científico) se
encuentra a una tal Marina, “braquimorena”, y se casa con ella.
Tienen un hijo; lo inscribe en el registro con el nombre de Apolodoro
(don de Apolo, el más bello), aunque su madre preferirá llamarlo
Luisito. El hijo predestinado a ser científico, es sometido a las
más diversas pruebas, como la de sumergirlo en agua al nacer, para
medir su peso específico y su densidad.
De la cuidadísima
educación se encargará el profesor don Fulgencio de Entrambosmares.
Crece Apolodoro en la mediocridad. El resultado parece normal, pero
su vida, carente de sentido, está vacía. Un día Apolodoro-Luisito
se enamora de Clarita. La chica rechaza al pedante portento y
prefiere a Federico, más fogoso y vehemente. El genio programado
sufre un desengaño y se suicida. Don Avito que aún confía en su
método, tiene la intención de aplicar la teoría a su nieto, hijo
póstumo de Apoldoro-Luisito Carrascal y Petra, la criada.
Contexto ideológico:
El final del siglo XIX había vivido un auge de los programas
científicos y Unamuno se propone caricaturizarlos con Amor y
pedagogía.
El Krausismo, la
Institución Libre de Enseñanza y la pedagogía institucionista
preconizaban la educación armónica del hombre para alcanzar el
progreso de la sociedad. Esta pedagogía estaba basada en la
libertad, el laicismo, la razón y la tolerancia. Herbert Spencer
aplicó la teoría de Darwin a los fenómenos sociales: la evolución
debe tender al progreso de la sociedad. Augusto Comte, representante
del positivismo, rechaza todo conocimiento subjetivo y sólo atiende
a los hechos, su clasificación, sus relaciones y sus leyes. Don
Avito y don Fulgencio están dentro de esta corriente, que Unamuno
caricaturiza.
La misión del pedagogo
es hacer hombres libres, hacer ciudadanos. El pedagogo debe ayudar al
alumno a conocerse a sí mismo, con sus límites y capacidades, y
ejercer su libertad, cosa que no hacen don Avito y don Fulgencio, que
pretenden a toda costa lograr un genio, ignorando las capacidades y
la naturaleza de Apolodoro.
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