viernes, 30 de enero de 2015


DE AMOR Y PEDAGOGÍA

 Miguel de Unamuno

 
Don Avito Carrascal, personaje que ha sustituido la religión por la ciencia, cree que puede obtener la genialidad haciendo un adecuado programa de educación, basado en una vida austera y sin excesos. Decide Avito Carrascal que debe casarse con una dólico-rubia, Leoncia, pero cuando va a declararle su amor (a modo de informe científico) se encuentra a una tal Marina, “braquimorena”, y se casa con ella. Tienen un hijo; lo inscribe en el registro con el nombre de Apolodoro (don de Apolo, el más bello), aunque su madre preferirá llamarlo Luisito. El hijo predestinado a ser científico, es sometido a las más diversas pruebas, como la de sumergirlo en agua al nacer, para medir su peso específico y su densidad.


De la cuidadísima educación se encargará el profesor don Fulgencio de Entrambosmares. Crece Apolodoro en la mediocridad. El resultado parece normal, pero su vida, carente de sentido, está vacía. Un día Apolodoro-Luisito se enamora de Clarita. La chica rechaza al pedante portento y prefiere a Federico, más fogoso y vehemente. El genio programado sufre un desengaño y se suicida. Don Avito que aún confía en su método, tiene la intención de aplicar la teoría a su nieto, hijo póstumo de Apoldoro-Luisito Carrascal y Petra, la criada.


Contexto ideológico: El final del siglo XIX había vivido un auge de los programas científicos y Unamuno se propone caricaturizarlos con Amor y pedagogía.

El Krausismo, la Institución Libre de Enseñanza y la pedagogía institucionista preconizaban la educación armónica del hombre para alcanzar el progreso de la sociedad. Esta pedagogía estaba basada en la libertad, el laicismo, la razón y la tolerancia. Herbert Spencer aplicó la teoría de Darwin a los fenómenos sociales: la evolución debe tender al progreso de la sociedad. Augusto Comte, representante del positivismo, rechaza todo conocimiento subjetivo y sólo atiende a los hechos, su clasificación, sus relaciones y sus leyes. Don Avito y don Fulgencio están dentro de esta corriente, que Unamuno caricaturiza.

La misión del pedagogo es hacer hombres libres, hacer ciudadanos. El pedagogo debe ayudar al alumno a conocerse a sí mismo, con sus límites y capacidades, y ejercer su libertad, cosa que no hacen don Avito y don Fulgencio, que pretenden a toda costa lograr un genio, ignorando las capacidades y la naturaleza de Apolodoro.

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